Un tipo llega a una ciudad desconocida en busca de un amigo y un trabajo. Abrigo largo, sombrero y maleta. Sin embargo, los deseos de reorientar su vida se verán frustrados, al ser recibido, no por él, sino por su funeral. Pronto descubrirá que quizás su amigo cambiara con el paso del tiempo y que, además, su muerte encierra algo sospechoso.
Este punto de partida, válido para tantas películas de diferentes géneros, lo es también para el de uno de los grandes clásicos del cine. Y es que las peripecias que llevan a que el escritor de novelas del Oeste Holly Martins (Joseph Cotten) descubra en quién se había convertido quien fuera su amigo de infancia Harry Lime (Orson Welles, aunque igual sobraba hasta presentarlo, ¿no?) a lo largo y ancho (y hondo) de una Viena dividida en cuatro sectores y, todavía, destruida por la guerra, ha pasado a la Historia por muchos motivos.
Y es que si juntamos un reparto de lujo, sumando a Trevor Howard, a Alida Valli y a Bernard Lee ("Q" para Bond y los amigos) a los antes citados, una dirección (sin entrar en discursos de autorías) en la que destacan los picados y contrapicados, los primeros planos y algunos encuadres enrarecidos, junto a las sombras que se alargan y encogen mientras se desplazan por el suelo, por las paredes y, casi se diría, por el aire, el empleo de los escenarios, una historia enrarecida y en crescendo, con ciertas fugas para aliviar la tensión y un antagonista que "en off" se convierte en la parte central de un rompecabezas caleidoscópico y un empleo mágico de la cítara en manos de un Anton Karas en estado de gracia, agitamos bien estos ingredientes de calidad y los colamos, acabamos por encontrar un precioso noir con un bello final.
En definitiva, una gran película en la que encontrar fatalidad, sordidez, cinismo, amor, intriga, (in)fidelidades e, incluso, pequeños toques de humor.
Este punto de partida, válido para tantas películas de diferentes géneros, lo es también para el de uno de los grandes clásicos del cine. Y es que las peripecias que llevan a que el escritor de novelas del Oeste Holly Martins (Joseph Cotten) descubra en quién se había convertido quien fuera su amigo de infancia Harry Lime (Orson Welles, aunque igual sobraba hasta presentarlo, ¿no?) a lo largo y ancho (y hondo) de una Viena dividida en cuatro sectores y, todavía, destruida por la guerra, ha pasado a la Historia por muchos motivos.
Y es que si juntamos un reparto de lujo, sumando a Trevor Howard, a Alida Valli y a Bernard Lee ("Q" para Bond y los amigos) a los antes citados, una dirección (sin entrar en discursos de autorías) en la que destacan los picados y contrapicados, los primeros planos y algunos encuadres enrarecidos, junto a las sombras que se alargan y encogen mientras se desplazan por el suelo, por las paredes y, casi se diría, por el aire, el empleo de los escenarios, una historia enrarecida y en crescendo, con ciertas fugas para aliviar la tensión y un antagonista que "en off" se convierte en la parte central de un rompecabezas caleidoscópico y un empleo mágico de la cítara en manos de un Anton Karas en estado de gracia, agitamos bien estos ingredientes de calidad y los colamos, acabamos por encontrar un precioso noir con un bello final.
En definitiva, una gran película en la que encontrar fatalidad, sordidez, cinismo, amor, intriga, (in)fidelidades e, incluso, pequeños toques de humor.
Un saludo. Nos leemos.
6 comentarios:
Son tantas las escenas inolvidables: la primera aparición de Harry Lime, la conversación en la noria, la persecución en las alcantarillas, ese despectivo paso de largo de Alida Valli al final... peliculón, con mayúsculas
Un guión perfecto, unas frases ajustadas, unos intérpretes magníficos, una fotografía sobresaliente y siempre al servicio de la historia, un montaje de escuela, buff...
Inolvidable, toda ella.
Eso es Cine con mayúsculas trascendiendo cualquier época; perfecta para una tarde de verano e inmejorable para disfrutarla en una noche lluviosa de invierno, hoy o dentro de veinte años.
Saludos.
Anton Karas es casi un caso de Cenicienta... de músico callejero a creador de una melodía inmortal.
La película es sensacional, y esa estética bebe directamente de los clásicos expresionistas alemanes, el uso de la arquitectura y las sombras para indicar estados de ánimo, tensión, emoción.
Película interminable, única, imperecedera.
Un abrazo
Que decir, magistral música, magistral actores, y magistral técnica, solo pueden dar como resultado una obra maestra.
A pocas películas les queda mejor el traje de Obra Maestra que a esta. Imperecedera, definitiva, exhuberante, wellesiana a más no poder (a pesar de no ser dirigida por él). Multitud de escenas canónicas. Ese Anton Karas. Ese final.
Totalmente de acuerdo con todos por supuesto...
Un saludo.
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