
Amarillo es una epístola elegíaca, un panegírico contenido, una investigación documental, una conversación dirigida hacia alguien que ya no responderá y es, también el color de la tristeza. Es una obra que bucea en el pasado y busca a través de los textos, cuentos, críticas, cartas, entrevistas, que un día escribiera Chusé Izuel, llegar a él y a sus circunstancias, llegar a las causas que acabaron motivando que un día dijera basta. Y es que según señala en diferentes ocasiones Félix Romeo, cuando Chusé escribía estos textos, sin saberlo, estaba hablando de él mismo.
Con un estilo que no tiene nada que ver con los recuerdos de cierto tono naíf que nos llevaban a la infancia vivida en Torrero de Dibujos Animados (y que prolonga de alguna manera en algunos de sus artículos de prensa), ni con el caleidoscopio surrealista que es Discothèque, Félix Romeo emplea un estilo sencillo y espartano, para reconstruir el puzle de los recuerdos de Chusé Izuel. Por ello, recurre a planos cortos, a los matices, quizás pensando -como quien esto escribe- que son los pequeños detalles y los gestos cotidianos los que hacen que cada vida sea diferente al resto. Y a través de esta cierta minuciosidad parece que busca unir las piezas que un día se separaron. Aunque, como pasa con los puzles que guardamos desde hace un tiempo, hay piezas que perdimos irremisiblemente al guardarlos en lo alto del armario.
Y es este estilo sencillo, directo, lleno de frases cortas, el que puebla el libro. De comentarios que van y vuelven, de referencias que retoma posteriormente y, sobre todo, de búsquedas, de preguntas. Es a la vez un retorno al pasado, un viaje en el tiempo, una espiral de recuerdos, un exorcismo en el que finalmente, y casi paradójicamente nos damos cuenta de que Félix Romeo al hablar de Chusé Izuel, está hablando de sí mismo...
"Hizo mucho frío ese invierno en Barcelona. Llovió. Llovía constantemente. La humedad llenaba las paredes de moho y de moscas inmóviles de alas pardas. No entrábamos nunca en calor. Mi cama era un colchón sobre el suelo. Por el suelo entraba la humedad. El colchón lo habíamos recogido de la calle. Todos los muebles los recogíamos en las calles. Cristina se abrazaba a mí y yo me abrazaba a Cristina, pero el frío húmedo pasaba de mi cuerpo a su cuerpo y de su cuerpo a mi cuerpo. Colocábamos periódicos debajo del colchón, pero los periódicos no podían secar toda la humedad. Miraba las moscas y miraba el moho. Mi padre se ponía periódicos en el pecho cuando patrullaba con la moto, en el invierno de Zaragoza."
Y es este estilo sencillo, directo, lleno de frases cortas, el que puebla el libro. De comentarios que van y vuelven, de referencias que retoma posteriormente y, sobre todo, de búsquedas, de preguntas. Es a la vez un retorno al pasado, un viaje en el tiempo, una espiral de recuerdos, un exorcismo en el que finalmente, y casi paradójicamente nos damos cuenta de que Félix Romeo al hablar de Chusé Izuel, está hablando de sí mismo...