Llevamos unos días sumidos en el frío del, ya, pleno invierno. Y con él, en ocasiones, viene la niebla. Una niebla densa, pesada, que va cayendo sobre las superficies desdibujándolas, haciéndolas más tenues, suavizando las aristas, los rasgos, los gestos. Se trata de una boira fantasmal, tenebrosa, tétrica. Las personas se vuelven espectros, la sombra de Jack el Destripador se ríe entre nosotros al pasear y un Big Ben de humedad y tristeza da las doce de la noche. Pero hasta las brujas se vuelven perezosas con este clima y prefieren quedarse a la luz de sus chimeneas digitales y de última generación mientras untan dedos de mandrágora en sus chocolates calientes...
Y es en días así, en el momento en el que nos acercamos a la zona por donde antiguamente discurría la acequia de La Romareda, casi a la altura del Parque Grande, cuando más sentido le vemos al faro terrestre que ilumina la ciudad desde lo alto de la torre de la antigua feria de muestras de Zaragoza. Es un faro para que los barcos fantasma que se aproximen a la ciudad desde el desierto de los Monegros no encallen en los paseos, en los callejones o en los pequeños y mágicos rincones de esta ciudad somarda y lúcida, no vaya a ser que olviden el camino de vuelta o que, como se le sucedió a Gordon Pym tras escuchar a aves gigantes gritar Tekeli-li, se alce en el abismo una colosal figura humana de rostro velado y con una piel del "color purísimo de la nieve".
Un saludo y que el año venidero os sea propicio.
Y es en días así, en el momento en el que nos acercamos a la zona por donde antiguamente discurría la acequia de La Romareda, casi a la altura del Parque Grande, cuando más sentido le vemos al faro terrestre que ilumina la ciudad desde lo alto de la torre de la antigua feria de muestras de Zaragoza. Es un faro para que los barcos fantasma que se aproximen a la ciudad desde el desierto de los Monegros no encallen en los paseos, en los callejones o en los pequeños y mágicos rincones de esta ciudad somarda y lúcida, no vaya a ser que olviden el camino de vuelta o que, como se le sucedió a Gordon Pym tras escuchar a aves gigantes gritar Tekeli-li, se alce en el abismo una colosal figura humana de rostro velado y con una piel del "color purísimo de la nieve".
Un saludo y que el año venidero os sea propicio.
4 comentarios:
¡Enhorabuena!
Dos párrafos, mil imágenes y un millón se sensaciones, una por cada vello erizado.
Saludos.
Preciosa reseña, compa Hatt; a mí las nieblas no me entusiasman demasiado, pero no les dejo de reconocer su puntito fascinante (por lo mistérico, claro...). Y cuantísimo tiempo que hace que no veo tu ciudad (a la que, por otro lado, sólo conozco de una fugaz visita de paso); ains, la falta de viajes (y la falta de tantas cosas...).
Un fuerte abrazo.
Me ha gustado la imagen tan cargada, esa sensación pesada de caminar como si el aire pesara más de lo normal, y notar las partículas de niebla al inhalar, jugueteando con los pelillos de la nariz.
Qué estampa tan bonita, hatt ;)
(A pesar de que la niebla me da miedito).
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